El 21 de diciembre es el día del solsticio de invierno, o del sol quieto, con la noche más larga y el día más corto del año. Desde hoy los días son más duraderos, lo que ha significado para las diferentes culturas de la humanidad el día del triunfo de la luz, celebrándose con rituales y hogueras desde los tiempos pre romanos.
La Iglesia Católica, ante el antiguo paganismo de la festividad del solsticio de invierno, que se denominaba sol invictus, decidió fijar en la fecha del 25 de diciembre el nacimiento de Jesús, que simboliza el renacer de la luz y la esperanza para el mundo.
Los pueblos indígenas andinos celebran el Inty Raimi,o Fiesta del Sol, desde los tiempos prehispánicos, y han mantenido esta celebración a pesar de la prohibición impuesta en 1572 por el virrey español Francisco Álvarez de Toledo.
El Maharishi Maesh Yogui, gurú religioso de la India, logró en el siglo XX difundir en occidente la técnica de la meditación trascendental, por la cual el participante sigue en su mente un sonido o mantra, durante 20 minutos en la mañana y en la tarde, alcanzando niveles de relajación profundos, que han sido objeto de estudios y publicaciones científicas. Este pensamiento considera que en el momento más profundo de la meditación, la mente despliega su potencial de una consciencia limitada, a una consciencia trascendental, la consciencia de unidad con el todo, donde todas las posibilidades están disponibles para la consciencia de manera natural. Si introducimos un deseo en ese momento profundo, este deseo tenderá a cumplirse. El día del solsticio de invierno se considera ideal para esbozar los deseos que deberán cumplirse en el siguiente año.
Ante la incesante seducción de la sociedad de consumo y sus artificiales objetos de deseo, es muy importante que nuestros deseos sean acordes a nuestras auténticas necesidades. El deseo es la raíz de la actividad y felicidad humana. Por eso la primera clave de la felicidad es saber qué desear.