La Templanza emocional

Nuestros deseos tienden a perseguir objetos en los cuales satisfacerse. Deseamos un viaje para satisfacer la necesidad de ocio, una casa para satisfacer la necesidad de subsistencia, un libro para satisfacer la necesidad de entendimiento. Pero nuestro anhelo puede encontrarse con que el objeto específico de deseo se vea arrebatado, amenazado, perdido, por conquistar, y estas situaciones hacen explosionar en nuestro cuerpo las cinco emociones primordiales: la ira, el temor, la tristeza, el placer y el amor.

Aristóteles señalaba a la templanza como la virtud de desear lo que se debe, es decir, los adecuados objetos de deseo acordes a las auténticas necesidades, ya examinadas en el capítulo primero. Pero el segundo aspecto de la templanza es el desear como se debe, es decir, con moderación. En este sentido la templanza emocional es una virtud, un hábito que podemos cultivar para desear con moderación a los objetos del deseo. Las tradiciones espirituales de oriente nos enseñan a observar desde nuestra conexión con Dios a la emoción que experimentemos, sin hacer juicios, solo estando presentes como un testigo silencioso. En occidente Aristóteles enseñaba que a un mal hábito se le podía oponer el hábito opuesto para alcanzar un término medio, por ejemplo al vicio del miedo se le puede oponer la temeridad para alcanzar el término medio de la valentía. En la actualidad los estudios de psicología cognitiva nos convocan a analizar nuestra relación con el objeto de deseo que ha dado origen a la emoción. En suma, tres antídotos nos permiten neutralizar a las emociones que se desbordan: el espiritual, el racional y el emocional.


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