Las Tres Etapas del Duelo

El dolor y el placer son las dos caras que nos muestra la moneda de la vida. Quisiéramos siempre disfrutar de todo aquello que es placentero, meta principal de nuestros deseos. Y quisiéramos no sentir nunca la experiencia del dolor. Pero entre el dolor y el placer y transcurren todos los acontecimientos de nuestras vidas, toda nuestra historia íntima y personal.

Lágrimas y risas dibujan el semblante de nuestro recorrido en la vida. Con frecuencia, el río de nuestras más aciagas lágrimas tienen nacedero en el apego a aquello de lo que nos hemos separado y que nos daba felicidad: una persona que ya no veremos más, un ser que ya no nos ama, o una experiencia que nunca volveremos a sentir, son las fuentes principales de nuestro dolor y de nubarrones de infelicidad. El dolor no entiende razones, no atiende consejos, es sordo ante las lecciones. ¿Cómo se purifica un corazón turbado por el dolor?

Todo dolor inexorablemente transita a través de tres estaciones hasta llegar a la aceptación serena de la realidad. Son las llamadas estaciones del duelo que podemos reconocer y valorar para superar la pérdida de lo que amamos.

Las tres estaciones del duelo

  • La estación de la negación

Es natural que si la tendencia del hombre es perseguir con ahínco el placer, ante la presencia del dolor, la reacción natural sea la de evitarlo. Y comúnmente huimos del dolor mediante su negación, es decir, la no aceptación de la situación que se experimenta como dolorosa. El tratar de evadir la realidad del dolor hace que prolonguemos nuestro dolor, alargando también nuestra infelicidad.

El dolor en cada persona posee su propio reloj que inexorablemente cumplirá un horario. Por ello salir del estado inicial de la negación al dolor es el primer objetivo para alcanzar un posterior estado de paz. En ocasiones, negamos durante demasiado tiempo la nueva realidad dolorosa que ha ocurrido en nuestra vida, pero esto nos conduce a vivir en un estado de la fantasía, que es de irrealidad, y que resulta peligroso para el crecimiento espiritual que todos venimos a alcanzar en la tierra.

Esta negación del presente dura el tiempo que queramos vivir apegados al pasado. Es proporcional al exagerado apego y a la precariedad en hacer valer nuestro amor propio. La negación es un duende que nos engaña y miente, para hacernos prisioneros en su territorio de embrujo.

Reconocer la nueva y triste realidad de la separación, superando la negación inicial, nos permitirá avanzar a la siguiente estación del dolor.

  •  La estación de la crisis

En esta estación nuestro ánimo se revuelca por dentro porque una tempestad ha tomado a nuestra alma. Es un largo y dramático período que vendrá acompañado de rabias y culpabilidad y que hará sentirnos morir, morir de amor, morir de soledad.  Es un largo periodo de ayuno en la felicidad, sin apetito por la vida. Y tan sólo en las lágrimas encontramos algún consuelo.

Casi sin darnos cuenta el jardín de la autoestima se ve pisoteado por el dolor, por lo que en esta etapa debemos estar solos con nosotros mismos y recuperar entre los vestigios del desamor a nuestro amor propio. No hay otra forma de salir de esta estación que volver a nosotros mismos, a reencontrarnos con nuestra identidad, aficiones y vocaciones.

En los duelos de amor de pareja es un error buscar paz en el bullicio del mundo, o iniciar rápidamente nuevas relaciones amorosas, o seguir siendo amigo de quien fue la raíz de tanto dolor. ¿Cómo se puede ser amigo de quien todavía ejerce su triste influencia nociva en nuestro corazón?

  • La estación de la aceptación

Aceptar la pérdida de lo que amábamos hace que el sol un día vuelva a iluminar la vida y que la palabra felicidad vuelva a tener sentido. Sólo de esta aceptación de la realidad podrá nuestro espíritu volar de nuevo como una mariposa con libertad por el mundo, sin más apego al reciente pasado.

Nos damos cuenta que estamos en la estación de la aceptación, porque el dolor ya no agita a nuestro corazón. Podemos incluso sorprendernos de lo aferrados que estábamos a esa persona o experiencia, y podemos descubrir que en la raíz profunda de nuestro dolor habitaba el apego desmesurado. Cada duelo que experimentamos en la vida es una oportunidad de ser más fuertes, y sobre todo de aprender a amar sin apego.


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