La noche en que nació Jesús es hoy celebrada en todo el mundo, reviviendo un momento de la historia anunciado históricamente por profetas y que hizo parte del viaje heroico que emprendió Jesús desde la eternidad, al mundo de los hombres.
Este viaje de Jesús se inició con la vivencia en el cielo con su padre, nuestro Dios, quien le encomendó visitar a la tierra para enviar un mensaje de exhortación al amor a toda la humanidad, desviada hasta entonces en el egoísmo, la desigualdad y la injusticia. El viaje y el nacimiento entre el mundo de los hombres fue precedido de pruebas como la persecución de Herodes y las condiciones de pobreza de sus padres terrenales.
El crecimiento y madurez del enviado celestial también fue objeto de numerosas pruebas: la incomprensión de su mensaje, la sospecha sobre sus milagros, la traición de su discípulo Judas y la agonía en el huerto de Getsemaní.
La prueba suprema vivida por Jesús ocurrió con un calvario y su propia muerte, aceptados por él como una prueba suprema de amor a los hombres, y que significó para los tiranos de la época la consolidación de una victoria.
Sin embargo, Jesús resucitó al tercer día, cumpliéndose así la profecía divina de vida eterna para todos los que en él creen. En su camino de regreso al mundo celestial del padre, tuvo la oportunidad de compartir y reiterar su doctrina de amor y solidaridad con sus compañeros de viaje.
Hoy Jesús mora con su padre, pero quienes seguimos su enseñanza sentimos vivo su legado de amor y solidaridad, especialmente en la noche buena en que las familias de los pueblos del mundo celebramos con felicidad su nacimiento.