Una vida sin propósito es un barco condenado a naufragar, puesto que el propósito da dirección, sentido y felicidad a nuestras vidas.
Pero los propósitos deben buscar satisfacer nuestras necesidades más profundas, las búsquedas interiores que siempre nos acompañan, y a las que debemos ser fieles. Con frecuencia nuestro principal propósito es el dinero, pero este no puede ser un propósito, sino una consecuencia: el resultado material de haber fijado el propósito de ejercer creativamente nuestro talento esencial para el bien de la humanidad. Igual cosa ocurre con el amor, el cual llegará en abundancia solamente si somos capaces de amar y amarnos.
La clave para el logro de todo propósito se encuentra en el hábito de la perseverancia, que nos permite instaurar una conducta que tenderá a repetirse en el tiempo. La perseverancia (del latín perseverare, mantenerse firme en algo), se alimenta de la fe absoluta en el logro, pero también de la acertada elección de propósitos para nuestras vidas. El inconstante lo es, simplemente porque no ha fijado propósitos esenciales para su vida, ha orientado sus deseos a necesidades que no son auténticas.
Los propósitos necesitan un plan para ejecutarse, de lo contrario, serán sólo apetitos sin vocación de satisfacción. También es bueno escribir, repasar y sentir el logro de nuestros propósitos para no abandonarlos, ante las constantes distracciones de la sociedad del entretenimiento. Tan importante es fijarse propósitos, como mantenerse en ellos.
Cuando nos sintamos perdidos en la ruta, regresar a los propósitos esenciales dará curación y sentido a nuestras vidas. Así volveremos a ser felices.
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