Autor: James

  • Las Tres Etapas del Duelo

    Las Tres Etapas del Duelo

    El dolor y el placer son las dos caras que nos muestra la moneda de la vida. Quisiéramos siempre disfrutar de todo aquello que es placentero, meta principal de nuestros deseos. Y quisiéramos no sentir nunca la experiencia del dolor. Pero entre el dolor y el placer y transcurren todos los acontecimientos de nuestras vidas, toda nuestra historia íntima y personal.

    Lágrimas y risas dibujan el semblante de nuestro recorrido en la vida. Con frecuencia, el río de nuestras más aciagas lágrimas tienen nacedero en el apego a aquello de lo que nos hemos separado y que nos daba felicidad: una persona que ya no veremos más, un ser que ya no nos ama, o una experiencia que nunca volveremos a sentir, son las fuentes principales de nuestro dolor y de nubarrones de infelicidad. El dolor no entiende razones, no atiende consejos, es sordo ante las lecciones. ¿Cómo se purifica un corazón turbado por el dolor?

    Todo dolor inexorablemente transita a través de tres estaciones hasta llegar a la aceptación serena de la realidad. Son las llamadas estaciones del duelo que podemos reconocer y valorar para superar la pérdida de lo que amamos.

    Las tres estaciones del duelo

    • La estación de la negación

    Es natural que si la tendencia del hombre es perseguir con ahínco el placer, ante la presencia del dolor, la reacción natural sea la de evitarlo. Y comúnmente huimos del dolor mediante su negación, es decir, la no aceptación de la situación que se experimenta como dolorosa. El tratar de evadir la realidad del dolor hace que prolonguemos nuestro dolor, alargando también nuestra infelicidad.

    El dolor en cada persona posee su propio reloj que inexorablemente cumplirá un horario. Por ello salir del estado inicial de la negación al dolor es el primer objetivo para alcanzar un posterior estado de paz. En ocasiones, negamos durante demasiado tiempo la nueva realidad dolorosa que ha ocurrido en nuestra vida, pero esto nos conduce a vivir en un estado de la fantasía, que es de irrealidad, y que resulta peligroso para el crecimiento espiritual que todos venimos a alcanzar en la tierra.

    Esta negación del presente dura el tiempo que queramos vivir apegados al pasado. Es proporcional al exagerado apego y a la precariedad en hacer valer nuestro amor propio. La negación es un duende que nos engaña y miente, para hacernos prisioneros en su territorio de embrujo.

    Reconocer la nueva y triste realidad de la separación, superando la negación inicial, nos permitirá avanzar a la siguiente estación del dolor.

    •  La estación de la crisis

    En esta estación nuestro ánimo se revuelca por dentro porque una tempestad ha tomado a nuestra alma. Es un largo y dramático período que vendrá acompañado de rabias y culpabilidad y que hará sentirnos morir, morir de amor, morir de soledad.  Es un largo periodo de ayuno en la felicidad, sin apetito por la vida. Y tan sólo en las lágrimas encontramos algún consuelo.

    Casi sin darnos cuenta el jardín de la autoestima se ve pisoteado por el dolor, por lo que en esta etapa debemos estar solos con nosotros mismos y recuperar entre los vestigios del desamor a nuestro amor propio. No hay otra forma de salir de esta estación que volver a nosotros mismos, a reencontrarnos con nuestra identidad, aficiones y vocaciones.

    En los duelos de amor de pareja es un error buscar paz en el bullicio del mundo, o iniciar rápidamente nuevas relaciones amorosas, o seguir siendo amigo de quien fue la raíz de tanto dolor. ¿Cómo se puede ser amigo de quien todavía ejerce su triste influencia nociva en nuestro corazón?

    • La estación de la aceptación

    Aceptar la pérdida de lo que amábamos hace que el sol un día vuelva a iluminar la vida y que la palabra felicidad vuelva a tener sentido. Sólo de esta aceptación de la realidad podrá nuestro espíritu volar de nuevo como una mariposa con libertad por el mundo, sin más apego al reciente pasado.

    Nos damos cuenta que estamos en la estación de la aceptación, porque el dolor ya no agita a nuestro corazón. Podemos incluso sorprendernos de lo aferrados que estábamos a esa persona o experiencia, y podemos descubrir que en la raíz profunda de nuestro dolor habitaba el apego desmesurado. Cada duelo que experimentamos en la vida es una oportunidad de ser más fuertes, y sobre todo de aprender a amar sin apego.

  • Vivir en lentitud

    Vivir en lentitud

    La vida transcurre con lentitud ante nosotros. En la mañana las flores se abren con lentitud, los rayos de sol caen lentamente y en la noche nos abraza con lentitud la brillantez lunar. Los segunderos de un reloj avanzan sin prisa, como recordándonos que el tiempo que mide transcurre lentamente. Pero no reparamos en ello. El afán de producir y luego consumir nos hace vivir a toda velocidad y competir con los demás sin poder saborear el gusto por la vida. Terminamos ansiosos o deprimidos, porque vivir de prisa constituye uno de los principales distractores de la felicidad.

    Una cura para estos trastornos es llevar una vida que trascurra con lentitud. Realizar deliberadamente cada actividad con tal lentitud que nos permita disfrutar de la actividad, alejando pensamientos sobre el pasado y el futuro y solo entregarnos a la realidad que transcurra ante nuestras vidas. Al principio escucharemos las protestas de los demás por el cambio de ritmo de nuestra vida. Pero en nuestro interior habremos conquistado el primer paso a una vida con serenidad y paz.

  • Abundancia espiritual

    Abundancia espiritual

    Las siguientes afirmaciones y creencias nos conducen a vivir este estado de la felicidad:

    1. Doy gracias a Dios constantemente por todos los bienes.

    2. Hay para todos en este universo infinito.

    3. Tengo certeza de que los bienes llegarán a mi vida en el momento oportuno.

    4. Me merezco lo mejor, lo excelente, lo bueno de la vida.

    5. Fluyo en lo que amo hacer con infinita alegría y amor a la humanidad.

    6. Doy y recibo con sincera bondad y desprendimiento.

    7. Repaso a diario mis metas.

    8. Si miro atrás, me enfocaré en logros conquistados y en la felicidad que he podido dar a otros.

    9. Siento la prosperidad en cada instante de mis días.

    10. Mi afirmación diaria al amanecer y al anochecer es: ¡Soy Abundante¡

  • La Templanza emocional

    La Templanza emocional

    Nuestros deseos tienden a perseguir objetos en los cuales satisfacerse. Deseamos un viaje para satisfacer la necesidad de ocio, una casa para satisfacer la necesidad de subsistencia, un libro para satisfacer la necesidad de entendimiento. Pero nuestro anhelo puede encontrarse con que el objeto específico de deseo se vea arrebatado, amenazado, perdido, por conquistar, y estas situaciones hacen explosionar en nuestro cuerpo las cinco emociones primordiales: la ira, el temor, la tristeza, el placer y el amor.

    Aristóteles señalaba a la templanza como la virtud de desear lo que se debe, es decir, los adecuados objetos de deseo acordes a las auténticas necesidades, ya examinadas en el capítulo primero. Pero el segundo aspecto de la templanza es el desear como se debe, es decir, con moderación. En este sentido la templanza emocional es una virtud, un hábito que podemos cultivar para desear con moderación a los objetos del deseo. Las tradiciones espirituales de oriente nos enseñan a observar desde nuestra conexión con Dios a la emoción que experimentemos, sin hacer juicios, solo estando presentes como un testigo silencioso. En occidente Aristóteles enseñaba que a un mal hábito se le podía oponer el hábito opuesto para alcanzar un término medio, por ejemplo al vicio del miedo se le puede oponer la temeridad para alcanzar el término medio de la valentía. En la actualidad los estudios de psicología cognitiva nos convocan a analizar nuestra relación con el objeto de deseo que ha dado origen a la emoción. En suma, tres antídotos nos permiten neutralizar a las emociones que se desbordan: el espiritual, el racional y el emocional.