Cuando deseamos, lo hacemos porque experimentamos la carencia de algo que no se tiene, una sensación de que estamos incompletos y que nos impulsa a reparar esa carencia. Por esto la vocación natural de nuestros deseos siempre es la de satisfacer necesidades o carencias. Cuando un niño desea comer previamente ha experimentado la necesidad de nutrirse. Esta necesidad lo lleva a desear y por tanto a manifestar su deseo llorando y pataleando. El proceso ocurre porque las necesidades hacen agitara nuestros deseos hacia objetos con los cuales se pretende superar la carencia. Estos objetos de deseo que perseguimos en la vida siempre contienen una promesa de satisfacción y placer, y por tanto de felicidad. El deseo siempre pretende satisfacer una necesidad, y esto nos hace sentir felices.
La palabra necesidad se define como el impulso irresistible que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido. Las necesidades son las fuerzas primordiales que nos mueven a desear objetos y actividades. Sin embargo, entre estas fuerzas existen unas de mayor jerarquía: las pasiones, que son los impulsos más esenciales que mueven a las personas. Las pasiones son las primordiales fuerzas irresistibles que nos atraen y que debemos reconocer en nuestro ser como los profundos hilos invisibles del alma.
Si podemos descubrir nuestras auténticas pasiones, habremos develado los mil rostros que puede adoptar el deseo y podremos ser fieles a nosotros mismos, porque en nuestras auténticas pasiones se encuentra la fuente original que determina el sentido de nuestras búsquedas y que nos exhorta diariamente a seguir el camino de nuestros sueños, aunque desoigamos su llamado.
Son las pasiones la raíz de nuestros impulsos, movimientos y fines esenciales, el misterioso motor de los más importantes deseos. Y si nuestro fin esencial en la vida es la conquista de la felicidad, en nuestras auténticas pasiones está el origen de esa felicidad que todos aspiramos conquistar.
¿Qué agita a nuestros deseos?

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